Magnicidio del Dr. Manuel Enrique Araujo

“Manuel, esta noche, por favor, no asistas al concierto. He tenido un sueño tan claro y real, en el cual te mataban”. Así le decía doña María Peralta de Araujo a su marido, el doctor Manuel Enrique Araujo, al levantarse en la mañana del 4 de febrero de 1913. No sabemos qué contestó el doctor Araujo, a la sazón Presidente de la República. Pero lo terrible fue, que aquella premonición se cumplió casi exactamente como lo soñara doña María.

El doctor Araujo, debió pensar que se trataba de suspicacias y temores infundados de su esposa, y como era su costumbre, se dirigió esa noche al Parque Bolívar, actualmente Plaza Barrios o Plaza Cívica, donde se sentó en su banco favorito en el costado nor-oriente del parque, lugar en el que siempre departía con sus amigos. Iba solo, sin ninguna escolta como siempre y dada la cercanía de su casa, el recorrido habitualmente lo hacía a pie, saludando a la gente, que se sentía muy contenta de encontrarse con su Presidente.

De estatura alta y complexión delgada y distinguida, destacaba su gran bigote y grandes ojos enmarcados en unas espesas cejas, castaño oscuras al igual que su pelo. El color de su piel era moreno claro. Elegantemente vestido de lino blanco, ya que era una noche calurosa. Llevaba sombrero de paja panameño, su bastón de diario, con un anillo de oro en el cuello de la empuñadura, y en la mano derecha su famoso solitario de brillante, purísimo de varios quilates, que la gente decía que era del tamaño de un“cuís”, moneda de uso de 3 centavos.

Poco después lo acompañaron en su banco dos amigos, el doctor Francisco Dueñas, su hermano don Carlos Dueñas y don Tomás V. Peralta, este último su sobrino político. Había mucha animación y entusiasmo aquella hermosa noche veraniega. Señoritas de la capital habían acudido al concierto, lo mismo que un contingente de caballeros solteros. Ellas caminaban alrededor del parque en un sentido y ellos en el contrario, así, se encontraban, miraban y saludaban y de allí surgían a menudo los noviazgos. La gente del pueblo, en aquella sociedad fuertemente estratificada, se mezclaba en aquel ir y venir de la elite capitalina, pero desde determinados lugares.

Allí las hermosas mengalas esperaban también los requiebros de sus donjuanes y miraban extasiadas los atuendos europeos de la flor y nata social, ellas con sus enormes pamelas y trajes muchas veces franceses y ellos impecablemente vestidos. La pequeña república cafetalera gozaba de franca propiedad y el país, con el doctor Araujo como su Presidente, parecía seguir el rumbo adecuado a las circunstancias nacionales y mundiales de la época.

 

El magnicidio

Eran las ocho y media de la noche y el concierto dirigido por el gran maestro don José Ferrer estaba en su apogeo, tocaban en esos momentos “Un concierto en Viena”, de Erte.

De pronto, tres hombres de apariencia campesina y con machetes se abalanzaron sobre el Presidente y al momento se oyeron dos disparos. Desde ese momento hubo terror y confusión, las personas corrían para escapar del parque, mientras se oían nuevos disparos.

El Presidente había sido herido cinco veces con arma blanca y un balazo que no presentaba mayor peligro en el hombro izquierdo. La herida grave era una de las tres de la cabeza, ya que el machetazo había llegado hasta la membrana cerebral. Aún así el Presidente caminó una cuadra hasta la esquina del almacén “París Volcán”. Allí sus amigos, casi a la fuerza lo subieron a un carruaje y lo llevaron a casa de la matrona capitalina doña Mercedes Ramírez V. de Meléndez, cercana a la casa del doctor Araujo, frente a la farmacia del famoso doctor Tomás S. Palomo.


Lo acostaron en el lecho de don Carlos Meléndez y allí perdió el conocimiento. Era enorme la cantidad de sangre que había perdido.

Eminentes médicos de la época acudieron de inmediato: los doctores Palomo, Guevara, Castro, Cano y Medina. Poco después llegó el doctor Letona Hernández y Peralta Lagos, su sobrino político.

Su aterrada esposa, doña María, al oír las detonaciones exclamó en el acto: “¡Mataron a Manuel!”. Llegó al lecho de su herido esposo acompañada de su hermana doña Mercedes Peralta de García González y dos sobrinas. La hija única del matrimonio, Conchita Araujo Peralta se encontraba entonces de temporada con amigos y familiares en el Puerto El Triunfo, Usulután.

Avisada del suceso a la mañana siguiente, a bordo del vapor “Acajutla”, desembarcó la señorita Araujo en el puerto del mismo nombre. Llegó a San Salvador al medio día.

Del 5 al 8 de febrero, aunque la gravedad del enfermo era evidente, su recia constitución física le permitió hablar con muchas personas y aún levantarse de su cama por breves momentos. Era atendido en su residencia particular.
La mañana del 9 de febrero en el Hospital Rosales, se le extrajeron tres esquirlas de hueso que tenía en el seno frontal, asistido por once médicos. Antes de la operación, previendo un fatal desenlace, se nombró como su sucesor al Primer Designado a la Presidencia, don Carlos Meléndez, ya que el Vice-Presidente don Onofre Durán, rico ahuachapaneco, alegando varios motivos personales, declinó asumir el cargo.

Entonces todavía no existía la penicilina y pese a los cuidados, la herida del doctor Araujo se infectó. De la operación que no duró mucho tiempo, el doctor Araujo quedó prácticamente en estado de coma. Falleció a las cuatro de la tarde del 9 de febrero después de haber recibido la extremaunción y la bendición papal del Arzobispo Monseñor Adolfo Pérez y Aguilar, su particular amigo.

Sus funerales realizados al día siguiente fueron solemnísimos y emotivos por el inmenso dolor que manifestaba el pueblo. Se le rindieron homenajes en la Asamblea Legislativa que funcionaba en el Palacio Nacional y en la Catedral. Se calcula que cerca de 15,000 personas participaron en las honras fúnebres, suma que significaba quizás la tercera parte de la población total capitalina.

 

Orígenes

¿Quién era el doctor Araujo? Había nacido en el seno de una antigua familia de origen portugués establecida en la Zona Oriental del país en el Siglo XVIII. De allí se extendieron todas las ramas de los Araujo. Don Manuel Enrique nació en la antigua hacienda “El Condadillo”, propiedad ribereña del río Lempa. Fueron sus padres don Manuel Enrique Araujo y doña Juana Rodríguez de Araujo.

Su padre, añilero y político, logró que su hacienda “La Labor” se convirtiera en un pueblo, El Triunfo, cercano a Sesori, al que dio este nombre por sus repetidos esfuerzos para lograr su cometido.
El doctor Araujo fue bautizado en Alegría, pero su familia residía en Jucuapa, ciudad a la que siempre consideró como la suya.

Era el menor de siete hermanos, en su orden: Ramón Enrique, Miguel Enrique, Rosendo Enrique y Fernando Enrique (que fue político), Jesús (soltera), Mercedes (soltera) y Fidelia, casada con el doctor Francisco Cisneros que murió sin descendencia.

Desde pequeño Manuel Enrique fue un estudiante excepcional. Concluyó las carreras de Medicina, especializado en cirugía, neurología y patología exótica, y el doctorado en Farmacia.

Después de graduarse en la Universidad Nacional realizó estudios en Europa. En París y Viena fue objeto de grandes reconocimientos por dos pequeños instrumentos que inventó para facilitar el parto. Fue Alcalde de San Salvador, de 1880 a 1889. En 1887 se casó con la señorita María Peralta Lara, miembro de una de las familias mas antiguas y distinguidas de la capital, hija del Senador y Presidente de la República en funciones, en tres ocasiones, don José María Peralta. Fue Vice-Presidente de la República en la administración del general Fernando Figueroa (1907-1911).
Caficultor de gran éxito, por propio esfuerzo, llegó a ser el productor individual mas importante del país al sobrepasar los 10,000 quintales de café en 1910, en su enorme finca “Galerigajua” en la Villa de San Agustín en Usulután.

Pero lo más importante del doctor Araujo era la aceptación de que gozaba entre la gente. A sus audiencias presidenciales de nueve a once de la mañana podía asistir todo el que quisiera, al quienes concedía un promedio de tres minutos de plática. Jamás cobró a la gente pobre la consulta ni las operaciones. Fue el primero en operar con éxito el bocio en el país. Y su sueldo como Presidente, de manera anónima, lo donaba integro al Hospital Rosales.
Decretó a favor de los obreros, leyes que los favorecían, entre ellas la indemnización por accidentes de trabajo. Subió el impuesto al café, a pesar de ser él naturalmente afectado y dio al país el verdadero rumbo hacia la modernidad en sus escasos dos años de gobierno.

Los actuales Escudo y Bandera nacionales son también obra suya, ya que como ferviente centroamericanista y liberal, los adecuó a los originales que tuvo la Patria grande.

Para el Escudo hubo un concurso en el que salió ganador el talentoso calígrafo don Rafael Barraza. Se oficializaron en solemne ceremonia el 15 de septiembre de 1912 en el Campo de Marte, hoy Parque Infantil.

El año anterior, con un esplendor nunca visto, se celebró a nivel centroamericano el Centenario del Primer Grito de Independencia del antiguo Reino de Guatemala, dado en San Salvador el 5 de noviembre de 1811.
Recuerdo de este acto es el actual monumento a los Próceres en la ahora Plaza Libertad, obra del insigne escultor y arquitecto italiano Francisco Durinni.

Entre otras muchas obras de progreso, amplió la red ferrocarrilera nacional y la de caminos. Se comenzó la construcción del Teatro Nacional y el edificio para la preparación de los maestros que sería después Casa Presidencial en el Barrio de San Jacinto, hasta el 2001.

Para combatir la delincuencia en el campo, fomentada por la fabricación clandestina de aguardiente, fundó la Guardia Nacional con asesoría española. Creyó siempre en el Ejército como guardián de la vida misma de la nación y lo modernizó con la ayuda solicitada a España y Chile.

Se creó el Ateneo de El Salvador, inició la pavimentación de la capital y fundó el Zoológico Nacional en la finca Modelo. Se estableció también la Primera Sección de Protocolo en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

 

En el misterio

Su muerte es todavía un misterio sin resolver, que quizá algún día se esclarezca. Los tres indígenas capturados eran gente sencilla e ignorante que no tenía ni siquiera claro lo que hacía. Se llamaban Mulatillo, Fabián Graciano y Fermín Pérez. Fueron acusados de ser los autores materiales y sentenciados a fusilamiento diez días después de la muerte del Presidente.

El testigo clave, también autor material del magnicidio, ya que fue quien hirió con revolver al Presidente, era el mayor Fernando Carmona. Pero antes de que pudiera rendir valiosa información, fue capturado y apareció muerto a los tres días de guardar prisión. Supuestamente se suicidó en su celda y con su arma.

Se incriminaron como autores intelectuales del magnicidio al doctor Prudencio Alfaro, eterno adversario de cada gobierno de turno, a don Federico Castillo quien murió cuando era perseguido para su captura y a otras personas.

Entre las conjeturas y teorías que el hecho trajo consigo, en su orden de posible veracidad, está la de una conjura del doctor Alfaro en alianza con el dictador de Guatemala, licenciado Manuel Estrada Cabrera; problemas de faldas, ya que una de las veleidades del doctor Araujo, hay que reconocerlo, era precisamente las mujeres; una conjura de los
Estados Unidos ya que el Presidente criticaba ácremente la política intervencionista de este país en Nicaragua.

A una carta del Presidente Taft que lo recriminaba por ésto, había respondido: “No obedezco órdenes de nadie” Agregó que El Salvador era libre para determinar su política exterior.

La izquierda acusó a notables familias de la época: que los autores fueron miembros de la familia Meléndez, ya que le sucedieron en el poder, algo dudosa la tesis dada la relación de amistad que existía entre las familias Araujo y Meléndez.